Atrapado entre leones
- IB La Molina

- 15 jun 2021
- 4 Min. de lectura
“Más tarde el rey Darío firmó este decreto: A todos los pueblos, naciones y lenguas de este mundo: ¡Paz y prosperidad para todos! He decretado que en todo lugar de mi reino la gente adore y honre al Dios de Daniel. Porque él es el Dios vivo, y permanece para siempre. Su reino jamás será destruido, y su dominio jamás tendrá fin. Él rescata y salva; hace prodigios en el cielo y maravillas en la tierra. ¡Ha salvado a Daniel de las garras de los leones!” Daniel 6: 25-27

Seguimos meditando en el libro de Daniel. Como vimos ayer, el rey Belsasar se quedó sin reino por haber blasfemado contra Dios. La misma noche fue muerto y Darío rey de Media tomó el reino, siendo de sesenta y dos años.
Cuando el nuevo rey asumió el gobierno empezó a organizar todo el imperio medo persa, nombró entonces sátrapas y estableció tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno. Aquí aparecieron los nuevos problemas de Daniel, porque su función como gobernador era supervisar el trabajo de esos sátrapas, es decir, ellos tenían que rendir cuentas a Daniel, y eso les dificultaba seguir con la corrupción política y robos, ya que Daniel era conocido por su integridad.
Los dibujos que pinte en la escuela dominical sobre Daniel en el foso de los leones representaba a un jovencito lozano, pero en realidad en esta escena, Daniel sería un anciano de unos ochenta y cinco años. ¡Cuánta sabiduría debía tener ese gran siervo de Dios a esa edad!
Parece que su testimonio de integridad llegaron a oídos del nuevo rey, por eso se pudo distinguir por encima de los demás comisionados, me parece interesante que los sátrapas tenían la función de velar por los intereses del rey, pero en realidad, como muchos hombres cuando llegan a los cargos públicos, ellos sólo se interesaban en sus propios bolsillos. Darío debió reconocer la lealtad de Daniel por eso en sus planes estaba ponerlo al frente de todo su reino:
“Tanto se distinguió Daniel por sus extraordinarias cualidades administrativas que el rey pensó en ponerlo al frente de todo el reino.”
La envidia es causante de muchos males. ¿Por qué los sátrapas y los otros gobernadores podrían haberle tenido celo a Daniel? ¿Qué era lo que tanto les molestaba de Daniel? ¡Era tanta la envidia que le tenían que empezaron a buscar motivos para condenarlo!
Estos envidiosos empezaron a observar detenidamente la vida de Daniel, ¿Qué comía? ¿Qué hacía en todas las horas de trabajo? ¿Cuáles eran sus dioses? Qué intereses tenía, etc. En el tiempo que se dedicaron a examinar su vida notaron que era fiel e íntegro en su trabajo, que era un judío que nunca renunció a su origen, que tenía un Dios y no era politeísta como ellos. Todas estas cosas eran suficientes para acusarlo porque no les parecía correcto que un extranjero ocupara la posición de gobernador, en vez de ellos.
Casi desde que empezó este libro, Daniel y sus amigos fueron constantemente acusados de todo tipo de mentiras y todo por causa de la envidia. Este sentimiento es algo que ningún hijo de Dios debiera tener, más sin embargo tenemos que reconocer que no todos se alegran cuando uno es bendecido. La historia de Daniel en el foso de los leones me trae muchas lecciones para no ser como aquellos funcionarios políticos envidiosos, a tal punto llegó su ira contra Daniel que no pararon hasta desear su muerte.
Los enemigos de Daniel conocían bien a Daniel, sabían que él no iba a caer en ninguna tentación de corrupción, pero también conocían bien a Darío, sabían de su vanidad (muy común entre los que tienen poder sin temor a Dios) así que inventaron la artimaña perfecta para atrapar a Daniel.
“Nosotros los administradores reales, junto con los prefectos, sátrapas, consejeros y gobernadores, convenimos en que Su Majestad debiera emitir y confirmar un decreto que exija que, durante los próximos treinta días, sea arrojado al foso de los leones todo el que adore a cualquier dios u hombre que no sea Su Majestad. Expida usted ahora ese decreto, y póngalo por escrito. Así, conforme a la ley de los medos y los persas, no podrá ser revocado.”
A Darío le gustó la propuesta, el decreto fue dado y Daniel estaba advertido, pero no cayó en miedo, no dudó ningún segundo, él continuaría orando, pero sólo al Único y Verdadero Dios. Orar tres veces al día era la práctica de los judíos piadosos que se remontaba a David, Salmos 55: 16-17. Pero Daniel oraba con la ventana abierta, las ventanas en las antiguas ciudades del Cercano Oriente eran normalmente pequeñas, altas y tenían una cubierta de celosía, por lo que probablemente Daniel no estaba orando con la ventana abierta para que los demás lo vieran.
¡Que difícil es cuando te mueves en un ambiente hostil y encima eres minoría! Estos hombres corruptos lograron su cometido. Creo que Darío estaba arrepentido de haber autorizado un edicto como ese movido únicamente por su vanidad. Pero ya no había solución. Daniel fue sentenciado y echado al foso de los leones, aunque el rey estaba plenamente convencido de su inocencia. ¿Se dan cuenta cuanta maldad trae la envidia?
Muy de mañana dice el verso, Darío no pudo dormir, se levantó de madrugada y fue al lugar donde Daniel había sido condenado por la pura envidia. Lo llamó con esperanza todavía de escuchar a su amigo, y entonces Daniel respondió al rey.
“Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones” Hebreos 1:14 dice: ¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación? Dios envió un ángel para servir a la necesidad de Daniel.
Los malos hombres habían condenado a Daniel, pero Dios no, y sólo la voluntad de Dios es la que prevalece.
Daniel es un ejemplo para todos porque nos demuestra que aunque se movió siempre en medio de la inmoralidad y la idolatría, nunca participó en estas cosas. Por el contrario, siempre mantuvo un estilo de vida íntegro y santo. Fue de este modo cómo logró dejar un impacto permanente en los grandes reyes de su época y en la historia de la humanidad. Y los sátrapas y malos funcionarios son un ejemplo claro de lo que la envidia te lleva a pensar y hacer. Que Dios nos ayude a ser íntegros en todos nuestros caminos y seamos libres de sentimientos tan oscuros como la envidia.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales









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