Una familia llena del Espíritu Santo
- IB La Molina
- hace 41 minutos
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“Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo…” (Lucas 1:41)

El domingo pasado mi esposo compartió un hermoso mensaje sobre uno de los pasajes más conmovedores del relato navideño: la visita de María a Elisabet. No es solo un encuentro entre dos mujeres piadosas, sino un momento cargado de revelación, llenura del Espíritu Santo y propósito eterno. Lucas nos presenta a Elisabet como una mujer ejemplar:
hija de sacerdotes, esposa amorosa y fiel, justa delante de Dios, irreprensible en los mandamientos y preceptos del Señor (Lc 1:6). Sin embargo, este mismo relato nos muestra algo profundamente humano en ella. Una mujer fiel… pero temerosa. Después de concebir milagrosamente, Elisabet se escondió durante cinco meses: “Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses…” (Lucas 1:24–25).
La Biblia no explica la razón, pero es fácil imaginar que el temor y la inseguridad tocaron su corazón. Tal vez tenía miedo de perder a su bebé. Tal vez temía ser avergonzada. Era una mujer creyente, dulce y obediente, pero también vulnerable.
Esto nos enseña algo importante: la fe genuina no elimina automáticamente las luchas internas. Aun los justos pueden sentir temor. Pero Dios no la dejó allí. Dios envió consuelo y confirmación. Mientras nadie sabía de su embarazo (recordemos que Zacarías no podía hablar), Dios envió al ángel Gabriel a María con una noticia que incluía una confirmación poderosa: “Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez…” (Lucas 1:36)
María no dudó. La Escritura dice que se levantó de inmediato y fue a toda prisa a la casa de Elisabet. Cuando Elisabet oyó su saludo, algo sobrenatural ocurrió:
“La criatura saltó en su vientre, y Elisabet fue llena del Espíritu Santo”.
La palabra usada aquí para “llena” es pimplemi, que describe una llenura que irrumpe con poder y expresión visible. ¿Y cuál fue el fruto de esa llenura? Elisabet alzando la voz, proclamó bendición sobre María y reconoció algo extraordinario:
“¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lucas 1:43)
Aquí vemos su humildad. No hay comparación, no hay envidia, no hay competencia espiritual. Ella reconoce a María y, más aún, reconoce al Mesías. Esto concuerda perfectamente con su carácter: una mujer justa delante de Dios.
Este pasaje además nos revela algo glorioso: Dios llenó a toda una familia con su Espíritu.
El bebé Juan, lleno del Espíritu Santo desde el vientre (Lc 1:15)
Elisabet, llena del Espíritu y proclamando revelación divina (Lc 1:41–42)
Zacarías, lleno del Espíritu y profetizando (Lc 1:67)
Juan el Bautista, aún en el vientre, hizo su primer anuncio profético. Es una profecía silenciosa, pero poderosa. Ese salto no fue un reflejo físico: fue una respuesta espiritual. Dios estaba marcando a su siervo desde antes de nacer para una misión sobrenatural.
En esta Navidad aquí se nos revela una verdad para nuestras familias hoy: Gracias a Cristo, el Espíritu Santo habita en nosotros. Pero seguimos necesitando ser llenos cada día.
Este pasaje nos deja una enseñanza clara y urgente: Dios desea hogares llenos del Espíritu Santo. Hogares donde: Jesús ocupe el primer lugar, mi oración es que, así como en la casa de Zacarías y Elisabet, nuestros hogares sean visitados por la presencia del Espíritu Santo. Que Jesús sea el centro, que su Palabra sea proclamada, y que aun en medio de temores, Dios nos llene, nos afirme y nos use para sus propósitos. Porque una familia llena del Espíritu es una familia que anuncia a Cristo, aun sin palabras.
Feliz Noche Buena
Martha Vílchez de Bardales
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