Como niños consentidos
- IB La Molina

- 14 jul 2021
- 3 Min. de lectura
“Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad? Como guardas de campo estuvieron en derredor de ella, porque se rebeló contra mí, dice Jehová. Tu camino y tus obras te hicieron esto; esta es tu maldad, por lo cual amargura penetrará hasta tu corazón. ¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro de mí; no callaré; porque sonido de trompeta has oído, oh alma mía, pregón de guerra.” Jeremías 4:14.18-19.

Todos sabemos que un niño engreído no nace así, se hace durante su crecimiento y por ser tan consentido, crea problemas de convivencia en su hogar. Las rabietas, agresividad, enfrentamientos y peleas con sus hermanos y padres es cosa de todos los días. Desgraciadamente los que sufren a un niño mal acostumbrado a hacer su voluntad tienen que acceder a sus demandas y caprichos porque no saben cómo controlar la rabia y las rabietas del antojadizo hijo.
Pero ¿Qué tiene que ver un niño engreído con la cita que hoy meditamos? Un niño cuando es pequeño es asequible a la educación que le dan sus padres, puede ser moldeado para diferenciar entre lo correcto y lo malo. Pero si se le permite que haga de una mala conducta un hábito, al principio puede parecer inofensivo y hasta inteligente, pero si se le sigue permitiendo, esa inconducta madurará y se hará parte de su personalidad.
He escuchado el testimonio de padres que se arrepienten justamente por no haber corregido antes: ¡Si tan solo me hubiera ocupado en corregir esa falta cuando mi hijo era pequeño, pero ahora que es un adulto, parece que ya nada se puede hacer! Así es con el pecado. Al principio, puede parecer tan inofensivo, incluso inocente. Pero, cuando crece aumenta su poder de maldad y se añaden otros defectos con él.
Los hijos de Israel aprendieron esta lección por las malas. Su propia conducta errada les trajo juicio:
“Un león ha salido del matorral, un destructor de naciones se ha puesto en marcha; ha salido de su lugar de origen para desolar tu tierra; tus ciudades quedarán en ruinas y totalmente despobladas. Tu conducta y tus acciones te han causado todo esto. Esta es tu desgracia. ¡Qué amarga es! ¡Cómo te ha calado en el propio corazón!” Jer. 4:7,18.
La nación descubrió para su dolor y pesar, que el pecado puede empezar a parecer manejable y seguro, hasta que se sale de control. Entonces es una historia diferente.
“De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja crecer, da a luz la muerte.” Santiago 1:15
La nación no fue agradecida con Dios, no fue fiel ni perseveró en la fe de sus padres, cual niñitos malcriados se dejaron enamorar por las naciones paganas y esos gustitos que se dieron, crecieron y se convirtieron en pasiones desordenadas. Por eso Santiago dijo que el pecado cuando crece y se hace adulto, provoca la muerte.
La difícil situación de Israel hizo que el profeta Jeremías gritara de angustia por su pueblo descarriado: ¡Oh, alma mía, alma mía! ¡Me duele el corazón!
No quiero provocar dolor al corazón de Dios con mis debilidades y pecados tolerados, cualquier pecado se hace grande y se propaga hasta llamar a la muerte. Hoy mismo tengo que renunciar a esos pequeños engreimientos de mi vida, porque si sigo consintiendo que permanezcan en mi seguirán creciendo, se desarrollarán hasta volverse completamente malignos y traerán dolor a Dios.
El capítulo cuatro empieza con el ruego de Dios a la nación para que vuelva al Señor: “Oh, Israel! dice el Señor, si quisieras, podrías volver a mí. Podrías desechar tus ídolos detestables y no alejarte nunca más.”
Israel era un pueblo reincidente para lo malo, aún así el Señor siempre lo llamó con amor, pero le pidió ¡Desecha tus ídolos! Y no vuelvas a alejarte de mi. Es la misma voz que te pide que vuelvas al Señor.
Mi amado amigo y hermano en Cristo que lees este devocional quizá algunos cosas que se te permitieron en tu niñez no fueron buenas y por eso tomaste malas decisiones, maltrataste gente que amabas, te negaste a renunciar a esos hábitos que se hicieron más grandes. A ti, el Señor te llama y t dice vuelve a mí. No rechaces la voz de Dios.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales









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