Cuando aprendo a amarme, aprendo a amar
- IB La Molina

- 23 sept
- 3 Min. de lectura
“Su belleza debe venir del corazón, del interior de su ser, porque la belleza que no se echa a perder es la de un espíritu suave y tranquilo, valioso ante los ojos de Dios.” 1 Pedro 3:3-4

Ayer hablamos de las expectativas equivocadas en el matrimonio y cómo nos frustran cuando no se ajustan a la verdad de Dios. Hoy quiero dirigirme a ustedes, esposas que luchan con inseguridades: esas veces que se miran al espejo y sienten que ya no son tan bellas como antes, que la rutina de la casa les roba el brillo y que han perdido algo de sí mismas.
Permítanme compartirles un recuerdo personal que marcó mi vida. Cuando mis hermanas y yo éramos niñas, nos encantaba salir con mi madre a mirar tiendas, ver la moda y probarnos diferentes modelos. Ella siempre decía que su fe cristiana no era limitante para arreglarse y cuidarse. No era partidaria de andar todo el día con ropa de dormir, bata mañanera o sandalias descuidadas. Al contrario, me enseñó algo que nunca olvidé: “Empieza tu día con tu devocional, busca primero al Señor, y luego arréglate, porque tu esposo debe verte limpia y presentada con dignidad.”
Mi madre fue una mujer que cuidaba profundamente su relación con Dios, pero también se cuidaba a sí misma y su hogar. Recuerdo sus cortinas impecables, las flores frescas en la mesa, el delicioso aroma de su cocina… todo hablaba de amor y dedicación. Con su ejemplo aprendí que la verdadera belleza no está peleada con el cuidado personal, pero que empieza en el corazón.
La Palabra nos dice: “Que la belleza de ustedes no sea la externa… sino la del interior, la del corazón, la que no se echa a perder: la de un espíritu suave y tranquilo, muy valioso a los ojos de Dios” (1 Pedro 3:3–4).
Y quiero añadir este consejo que sostiene nuestra esperanza: “Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la mujer que teme al Señor, esa será alabada” (Proverbios 31:30).
Sí, con los años la belleza física puede desgastarse, pero si nuestro corazón está alegre por la comunión con Dios, siempre brillaremos. Esa es la belleza que nuestro esposo, nuestros hijos y todos los que nos rodean notarán: la de una mujer que sabe que, antes que nada, es profundamente amada por Dios. La belleza externa cambia, pero la Palabra nos recuerda que la verdadera hermosura viene del corazón.
Por favor recuerden queridas esposas: Dios nos ve como hijas amadas, no como mujeres desgastadas.
He escuchado a muchas mujeres quejarse porque ya no sienten la admiración ni los gestos amorosos de sus esposos, por favor recuerden que para sentirte amada, debes empezar por amarte a ti misma, amarse no es egoísmo, es responsabilidad: cuidar cuerpo, alma y espíritu. Por eso, antes de reclamar que el esposo ya no te admira, debes preguntarte: ¿estoy yo valorando lo que Dios hizo en mí?
Pequeños gestos de cuidado personal y de renovación en la rutina pueden devolver alegría, romper con la monotonía y darle un ambiente de amor al hogar, recuerda que la mujer ha recibido el don de ser creativa, así como administras la casa, también puedes adornarla con detalles, cocinar con amor, o incluso dedicarte un tiempo personal para aprender algo nuevo.
Mi amiga querida cuando como mujer cristiana te das valor, transmites frescura al hogar y a la relación. Por eso antes de culpar a tu esposo por no mirarte como antes, mírate tú como Dios te ve: valiosa, amada, escogida. Recuerda que el primer paso es reconciliarte contigo misma, amarte y honrar el diseño que Dios hizo en ti. Desde allí florecerá un nuevo amor en el matrimonio.
Oremos: Padre amado, perdóname por haberme sentido tan abandonada, reconozco que siempre estas conmigo, ayúdame a mirarme con Tus ojos. Quiero romper con la monotonía y recuperar la alegría de ser la mujer que Tú creaste. Enséñame a amarme para poder amar mejor a mi esposo y a mi familia. Amen
Con amor
Martha Vilchez de Bardales
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Cuenta en soles: 0011-0145-0200449680
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Yape: 998392845
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