Cuando el corazón de los hijos se resiste
- IB La Molina
- 6 oct
- 3 Min. de lectura
“Este mandamiento que hoy te ordeno obedecer no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está arriba en el cielo, para que preguntes: ‘¿Quién subirá al cielo por nosotros, para que nos lo traiga y así podamos escucharlo y obedecerlo?’ Tampoco está más allá del mar, para que digas: ‘¿Quién cruzará por nosotros hasta el otro lado del mar, para que nos lo traiga y así podamos escucharlo y obedecerlo?’ ¡No! La palabra está muy cerca de ti, la tienes en la boca y en el corazón, para que la obedezcas.” Deuteronomio 30:11–14

En este pasaje, Moisés está concluyendo su discurso final al pueblo de Israel antes de entrar a la tierra prometida. Les recuerda que los mandamientos de Dios no son imposibles de cumplir, ni están reservados para unos pocos sabios o santos. La obediencia no requiere hazañas extraordinarias ni esfuerzos sobrehumanos. La Palabra de Dios está al alcance de todos:
Cerca de la boca, para confesarla y cerca del corazón, para amarla y obedecerla. Este pasaje tiene un mensaje de esperanza y responsabilidad para nosotros: Dios no pide lo que no nos ha capacitado para hacer.
Su voluntad no está lejana ni oculta; está presente, accesible, viva en el corazón de quien escucha con fe.
Cuando éramos niños, la obediencia era un mandato incuestionable. En casa no se negociaban las reglas, y las decisiones de los mayores se aceptaban como la forma correcta de honrar a Dios. Aunque a veces podíamos conversar algunos temas, lo cierto es que, al final, la palabra de los adultos prevalecía, y eso formaba en nosotros un sentido de respeto, temor reverente y sujeción a la autoridad.
Mis hijas en algún momento de su juventud (bien informada) me afirmaron que para los Boomers era más fácil obedecer porque en ciertos aspectos la autoridad era más clara y respetada. Padres, maestros, pastores y líderes eran figuras de respeto casi incuestionable. La obediencia se entendía como una virtud, no como una limitación. También había menos distracciones y relativismo, no existían las redes sociales ni tantas voces contradictorias. Hoy, en cambio, hay mil versiones de la “verdad” y eso confunde incluso a los creyentes.
Hoy las nuevas generaciones, los millennials y la generación Z, viven en un contexto muy distinto. Cuestionan todo, buscan razones, necesitan sentir motivación para obedecer. Esto ha hecho más difícil para los padres enseñar la obediencia como una expresión natural de amor a Dios. Pero aunque sea más desafiante, no es imposible.
Así como Moisés recordó al pueblo que la palabra estaba cerca de ellos, también nosotros debemos recordar a nuestros hijos que obedecer a Dios sigue siendo posible y necesario. No depende de las modas ni de los tiempos; depende de un corazón dispuesto.
La obediencia no está lejos ni fuera de nuestro alcance: está en la boca cuando confesamos nuestra fe, y en el corazón cuando decidimos amar lo que Él ama. Cada día escucho y veo testimonios de hogares que luchan con la actitud de sus hijos, ayer mismo en el templo que estoy asistiendo mientras estoy aquí en Dallas, vi a una joven madre con su hijo adolescente sentados delante nuestro, el hijo ya no podía ser mas notorio con su aburrimiento y molestia por estar en el templo.
Quería felicitar a la mamá de traer a su hijo al culto, a pesar de que seguramente hubo toda una lucha antes. Padres, no nos cansemos de enseñar la obediencia. Aunque parezca que nuestros hijos no escuchan o que el mundo los arrastra hacia la independencia sin límites, sigamos sembrando la Palabra. La promesa de Dios sigue en pie: “Mi palabra no volverá vacía”. Recordemos que lo que un día aprendimos por respeto, hoy debemos vivirlo por convicción. Obedecer a Dios no es una carga, es una forma de amarle.
Pidamos al Señor que su Palabra no sea solo conocimiento en nuestros labios, sino fuego en nuestro corazón. Que nuestras casas sean lugares donde la obediencia se enseñe no con gritos ni amenazas, sino con ejemplo, oración y amor.
Porque la Palabra está cerca, muy cerca: en nuestra boca, cuando oramos por nuestros hijos, y en nuestro corazón, cuando decidimos confiar en Dios, aunque la obediencia cueste.
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Martha Vilchez de Bardales
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