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Decisiones que alegran a Dios

  • Foto del escritor: IB La Molina
    IB La Molina
  • hace 13 minutos
  • 3 Min. de lectura

“Cantaré de tu amor y de tu justicia, oh Señor; te alabaré con canciones. Tendré cuidado de llevar una vida intachable; ¿cuándo vendrás a ayudarme? Viviré con integridad en mi propio hogar.” Salmo 101:1-2

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Cuando leo este Salmo, siento que es como una declaración de vida, un compromiso que nace del corazón de alguien que decidió honrar a Dios en todo lo que hace. Me imagino a David, no solo como rey, sino como siervo del Señor, recordando las enseñanzas que recibió desde niño y proponiéndose vivirlas en cada etapa de su vida.

Este pasaje me inspira a entender que la integridad no se limita a lo que los demás ven, sino que comienza en lo más íntimo, en mi hogar, con mi esposo, en mi caminar diario, en mis pensamientos y decisiones privadas. Pero también me recuerda que esa misma integridad debe reflejarse en lo público, en la manera de relacionarme con los demás (sean o no cristianos), de servir, de liderar entre las damas de mi iglesia o de tomar decisiones que afectan a otros.

Para mí, este Salmo es como un manifiesto personal: una oración que levanto al Señor declarando mi objetivo de vida, vivir de tal manera que todo lo que soy, lo que hago y lo que decido, lleve el sello de un corazón que busca agradarle a Él. El ejemplo de la oración de David debe ser repetido por todos nosotros, él prometió:  “Estudiaré cómo vivir una vida pura… Viviré honestamente aun dentro de mi propio hogar.” Es que no basta con querer vivir sabiamente, hay que “estudiar” cómo andar en rectitud. Y no solo en público, sino también en lo íntimo del hogar, donde nadie te ve. La verdadera santidad empieza en casa.


“Ya que hemos sido rescatados de la oscuridad, vivamos como hijos de la luz. Pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Efesios 5:8-9).

Hermanos y queridos amigos como saben vivimos en un mundo donde se han normalizado hábitos y actitudes que no glorifican a Dios: la mentira, la hipocresía, la vanidad, la frivolidad o la infidelidad. Lo más común es reírnos, callar o incluso aprobar estas conductas, sobre todo cuando las practican nuestros amigos o familiares. Sin embargo, como hijos de Dios, estamos llamados a ser diferentes. Nuestra vida debe reflejar la luz de Cristo, no las tinieblas del mundo. Toda transformación comienza reconociendo que no vivimos para agradarnos a nosotros mismos, sino para exaltar al Señor.


“No contemplaré con mis ojos lo vergonzoso; detesto a la gente que lo hace. ¡Yo no lo haré!” (v.3). Como sabemos el mundo llama “normal” a lo que Dios llama pecado. David declaró con firmeza que no iba a poner sus ojos en lo que contamina. Como cristianos debemos ponernos metas claras: no reírnos de lo que ofende a Dios, no participar con silencio o aprobación en lo que entristece al Espíritu Santo. Hoy muchos cristianos prefieren a sus amigos fuera de la iglesia, y esta bien relacionarnos con ellos si les vamos a dar testimonio de Jesucristo, pero no para hacer lo que hacias antes de conocer a Jesucristo como Salvador.


“Al de ojos altaneros y corazón arrogante no lo soportaré” (v.5). Las amistades y relaciones influyen profundamente en nuestro caminar espiritual. Por eso, debemos tener el valor de poner límites y no dejarnos arrastrar por quienes insisten en vivir de manera contraria a la Palabra.


Por último, David añadio: “Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo; el que ande en el camino de la perfección, ese me servirá” (v.6). No basta con alejarnos del mal, también necesitamos rodearnos de personas que nos animen a crecer en santidad, que sean ejemplo de fe y compromiso con Dios.

Termino este devocional pensando ¿vivo con integridad en lo íntimo de mi hogar tanto como en público? ¿Estoy permitiendo que mis amistades normalicen el pecado en mi vida? ¿Me esfuerzo en rodearme de personas que me animen a seguir fielmente a Cristo?

Te animo a hacer una lista de hábitos que sabes que no glorifican a Dios, pedir perdon y orar para no seguir pecando, decidiendo dar pasos concretos para dejarlos. Revisa tus relaciones: ¿hay amistades que te apartan de la santidad? Pide sabiduría para establecer límites. Y busca intencionalmente rodearte de hermanos en la fe que te inspiren a crecer en integridad y compromiso con Dios.


Oremos: Señor, quiero vivir en integridad en todo lugar, empezando en mi propio hogar. Guárdame de normalizar lo que ofende tu santidad. Dame valor para decir no al pecado y rodearme de personas que me animen a seguirte fielmente. Que mi vida sea un canto de amor y justicia para Ti. Amén.

Con amor

Martha Vilchez de Bardales


 
 
 

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