Hacer la voluntad de Dios

“Vinieron todos los oficiales de la gente de guerra, y Johanán hijo de Carea, Jezanías hijo de Osaías, y todo el pueblo desde el menor hasta el mayor, y dijeron al profeta Jeremías: Acepta ahora nuestro ruego delante de ti, y ruega por nosotros a Jehová tu Dios por todo este resto (pues de muchos hemos quedado unos pocos, como nos ven tus ojos), para que Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer. Y el profeta Jeremías les dijo: He oído. He aquí que voy a orar a Jehová vuestro Dios, como habéis dicho, y todo lo que Jehová os respondiere, os enseñaré; no os reservaré palabra. Y ellos dijeron a Jeremías: Jehová sea entre nosotros testigo de la verdad y de la lealtad, si no hiciéremos conforme a todo aquello para lo cual Jehová tu Dios te enviare a nosotros.” Jeremías 42:1-6

En el capítulo cuarenta y uno encontramos hechos horribles como la traición de Ismael a Gedalías (Ismael había preparado una trampa que ejecutó después de la cena) Junto con diez príncipes, este hombre masacró a Gedalías, quien había sido designado como gobernador de Judá por el rey de Babilonia.

Ismael era descendiente de David. Pero creo que no tenía temor de Jehová como su ancestro, porque se volvió un traidor y asesino al envidiar profundamente a Gedalías ya que consideró que no merecía ser gobernador. Este Ismael no era un digno sucesor de la familia del rey David, al contrario, seguramente había oído mucho acerca de su familia de origen, pero el escuchar no significó en su caso, obediencia y honra.

Ismael encarna la maldad pura porque también mató con violencia a unos adoradores que venían al templo a ofrecer holocaustos y ofrendas, se hizo el hipócrita que quería unirse con ellos en la alabanza, pero apenas estuvieron a su lado, los degolló y tiró a una cisterna. Así es el capítulo 41, lleno de narraciones de terribles atrocidades hechas por un descendiente directo de David.

En el capítulo cuarenta y uno se encuentra el registro de sucesos macabros, están escritos para mostrar que inseguras eran las condiciones en Judá y en la región después de la caída del reino de Judá. Muchos sentían que estaban más seguros en Egipto que manteniéndose en estas tierras sin ley.

Continuamos con el capítulo cuarenta y dos, (por favor abre tu biblia y lee el capítulo) Vinieron entonces al profeta Jeremías para pedirle consejo; era tal el caos en la tierra, que parecía que ahora si estaban dispuestos a obedecer. Querían que el siervo de Dios les dijera la voluntad de Dios, pero, desgraciadamente, parece que sólo preguntaron como algo diplomático, porque en el fondo ya tenían claro lo que ellos querían hacer.

El que pide consejo, primero debe estar dispuesto a renunciar a su propia voluntad,

El que pide orientación debe ser honesto consigo mismo que, si hace la consulta, es porque realmente necesita la orientación y quiere hacer lo correcto, quiere hacer la voluntad de Dios; sin embargo, en la práctica normal, los hombres que piden consejo, ya saben que desean, ya saben lo que quieren hacer.

Es triste reconocer esto, pero es lo que casi siempre sucede, que las personas se mueven según su conveniencia, se dejan guiar por donde sus emociones están a gusto, y muchas veces esas emociones son rencores, prejuicios, miedos o conveniencias, aún así piden ayuda, pero para guardar las apariencias, fingen que están en suspenso y esperando la “voluntad de Dios” cuando en la realidad, ya han resuelto en su corazón abrazar lo que desean, es una pena que son muchos los que rechazan oír el consejo del Señor.

¿De qué te vale orar preguntando al Señor cuál es su voluntad si en lo secreto del corazón ya tienes determinado lo que quieres hacer?

¿Cuántas veces los creyentes piden en oración a Dios, que su camino sea alumbrado con la gloriosa presencia del Señor para que escojan el camino correcto?, estos fieles ruegan también, que Dios les de señales claras para no equivocarse, pero en realidad ellos ya tomaron una decisión y en secreto oran pero para convencer a Dios de que cumpla sus deseos.

Este grupo estaba equivocado, quiso engañar al profeta Jeremías, pero peor, quisieron engañar a Dios, como si eso fuera posible. Cuando oramos que Dios nos ayude para que se cumpla lo que queremos, lo que ya hemos decidido, nuestra oración es un simple acto supersticioso, la oración que a Dios le agrada es pedir sinceramente que se cumpla su perfecta voluntad.

Oremos:

“Tú eres mi Dios. ¡Enséñame a hacer lo que quieres que yo haga! ¡Permite que tu buen espíritu me lleve a hacer el bien!” Salmo 143:10

Con amor en Cristo

Martha Vílchez de Bardales

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