Haz que tu rostro resplandezca
- IB La Molina

- 21 jun 2021
- 4 Min. de lectura
“Yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.” Daniel 9:2,17-19

Yo me imagino a Daniel como un hombre extraordinario, un siervo que verdaderamente tenía una relación íntima y personal con Dios, él oraba fielmente adorando y dando testimonio de su fe, intercedía diariamente por su nación y esperando que las promesas dadas a Israel se cumplan, Daniel, aunque servía como un principal en un lugar que no pertenecía, sin embargo era responsable en su trabajo y eso le permitió ser ascendido.
Daniel también era un hombre que estudiaba la Palabra de Dios. De alguna manera, obtuvo una copia de la predicción de Jeremías sobre la duración de la desolación de Jerusalén, porque el profeta había revelado en sus escritos que la ciudad permanecería en ruinas durante 70 años y luego Dios destruiría Babilonia. En esos escritos también se declaraba que Dios restauraría a su pueblo a su tierra cuando ellos le clamaran de todo corazón.
Imagino a Daniel tratando de descifrar las profecías pero sin dejar de orar. ¡Que gran ejemplo es Daniel para nosotros!
Él hacía de su tiempo con Dios lo más importante de su agenda.
Él ocupaba mucho tiempo para orar, es que no se puede ser un hijo de Dios sin hablar con Él.
Él escudriñaba las escrituras, es que no se puede enseñar de Dios, sino le conoces,
Él era un hombre sabio, es que no se puede declarar sabiduría, sino se estudia y medita en la Palabra.
Él era un hombre obediente, es que no puedes obedecer a Dios, sino recibes su guía.
Él era un hombre humilde, es que un altivo y soberbio no puede ser siervo de Dios.
Daniel hacía todo lo necesario para ser un hombre de Dios.
Como sabemos en el Antiguo Testamento, los roles espirituales estaban destinados a las personas por medio de su herencia, de la tribu, o historia familiar. En el caso de Daniel, él no pertenecía a una familia de sacerdotes como Aarón, no tenía carrera de profeta como Isaías o Jeremías, se puede decir que tampoco estaba calificado como intercesor porque no era levita, ni ofició en el templo, todo lo contrario, Daniel fue llevado de adolescente cautivo a un reino pagano, así que su vida como un oficial de alto cargo en el gobierno lo mantenían bastante ocupado, sin embargo Daniel era un hombre de fe y mucha oración. Esta es una gran lección para aquellos que creen que tener comunión es sólo para los que les sobra el tiempo.
Daniel nunca consideró la oración como innecesaria, o como algo que se podía posponer, para Daniel, leer al profeta Jeremías era leer algo que se iba a cumplir ¡Ya! y por lo tanto tenía que estar pendiente en oración. Si todos leyéramos las escrituras con la fe que la meditó Daniel, quizá ocuparíamos más tiempo en orar.
Él vio la oración correctamente como un medio que Dios usa para cumplir su voluntad en la historia de la humanidad. A través de la oración nos convertimos en socios de Dios para llevar a cabo Su voluntad en el mundo.
“Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas,” Daniel 9:3-6
La oración de Daniel es un ejemplo de adoración humilde. Él se identificó con su pueblo y confesó el pecado de toda la nación, claro que Daniel no había fallado, todo lo contrario, él propuso en su corazón no contaminarse, personalmente había sido siempre fiel, sin embargo, como era israelita, se sabía partícipe de las bendiciones por la obediencia, más también de las maldiciones por su desobediencia.
Que importante es orar correctamente, sobre todo si oras por tu pareja, tus hijos, tu familia, la iglesia o tu nación. Si empiezas diciendo: “Señor perdona a mi esposo porque no dio sus diezmos” estas orando mal porque la responsabilidad es de ambos. O si oras rogando: “Señor haz que mi hijo deje la vagancia porque pierde todo el día sin hacer nada” Estas orando mal porque en este caso también es tu tarea disciplinar y guiar a tu hijo. O si oras por tu iglesia: “Señor ayuda a mi iglesia a que esté más unida” Pero no haces nada para fomentar la comunión, estás orando de la forma equivocada.
Daniel en sus oraciones no se quejaba con Dios por las cosas que acontecían, él reconocía que todo era consecuencia de la desobediencia de toda la nación, incluyéndose como un infiel más.
“Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias.”
Daniel oró con todo el corazón no porque los israelitas lo merecieran, sino porque Dios es compasivo. Daniel no le dijo a Dios qué hacer, en cambio, le pidió a Dios que escuchara, viera y actuara. Daniel apeló a la misericordia del Señor. Así es como la oración de Daniel es un ejemplo para todos.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales









Comentarios