La muerte de la moral
- IB La Molina

- 9 abr 2021
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“He aquí mi hija virgen, y la concubina de él; yo os las sacaré ahora; humilladlas y haced con ellas como os parezca, y no hagáis a este hombre cosa tan infame. Mas aquellos hombres no le quisieron oír; por lo que tomando aquel hombre a su concubina, la sacó; y entraron a ella, y abusaron de ella toda la noche hasta la mañana, y la dejaron cuando apuntaba el alba.” Jueces 19:24-25

Otra vez encontramos la historia de otro levita, así como en los capítulos 17 y 18, en el capítulo 19 un levita estaba involucrado en la corrupción moral de Israel.
Cuando Dios habló con Moisés en el Sinaí, le dijo claramente que ellos serían separados para el Señor: “Y tomarás a los levitas para mí en lugar de todos los primogénitos de los hijos de Israel, Yo Jehová.” Números 3:41. Por lo tanto, los levitas tenían que ser ejemplo para el resto de la gente. Pero en cambio, en el libro de los Jueces podemos ver que la degradación moral también alcanzó a esos siervos consagrados.
El levita que ahora estudiaremos vivía en Efraín y tenía una concubina de Belén. Evidentemente ella, no estaba contenta con su condición de esposa secundaria; porque cometió adulterio y luego de pecar regresó al refugio de la casa de su padre en Belén, en lugar de enfrentarse a un esposo enojado.
Una concubina era una esposa legítima a la que solo se le garantizaba comida, ropa y privilegios matrimoniales. Cualquier hijo que tuviera se consideraba legítimo; pero debido a su condición de segunda clase, no necesariamente compartía la herencia familiar. Aunque la ley controlaba el concubinato, el Señor no lo aprobó ni lo alentó. Una concubina era, en cierto sentido, una amante legal.
La historia no dice que el levita tuviera varias mujeres, pero como se define a la mujer como concubina, no estaban casados, y quizá en esa libertad, él podría haber tenido otras relaciones y esto hizo que la mujer decidiera dejarlo. Sin embargo esta mujer, después de haberse escapado con otro hombre, no se quedó con él, y volvió a la casa de su padre.
El castigo del adulterio era la muerte por apedreamiento, esto lo sabía bien el levita, pero él decidió ir en busca de su pareja. ¿Fue a perdonarla y casarse con ella? No dice eso la Biblia, sólo que fue decidido a perdonarla y recuperarla para sí. ¿Tan enamorado estaba? Sigamos leyendo la historia para que comprobemos si la amaba de verdad.
El más alegre con esta decisión del levita, fue el padre de la joven. Una vez que ella aceptó regresar, el padre celebró con una fiesta de tres días. Cada día que bebían y comían, el levita disponía todo para regresar a su casa, pero su suegro le insistía con exigencia que se quedara un día más. Parece que el suegro estaba agradecido que su hija no haya recibido el castigo que merecía.
Finalmente al quinto día, en lugar de irse temprano, el levita sucumbió al impulso de quedarse hasta la tarde. Y de nuevo, el padre de la mujer le pidió que pasara la noche y se fuera a la mañana siguiente, ante este pedido, él sintió, evidentemente, que ya había cedido demasiado, y decidido, comenzaron su viaje al final del día.
La historia continúa y se pone cada vez peor. Cuando la oscuridad los atrapó en el viaje de regreso, pasaron cerca de Jerusalén, llamada Jebus en ese momento, porque todavía estaba en manos de los jebuseos. Al levita le pareció que no era correcto quedarse en un lugar de forasteros paganos, así que siguió el viaje a Gabaa, una ciudad de la tribu de Benjamín. Aquí imagino que este levita que estaba lejos de la voluntad de Dios, pensó que todo lo que hacía estaba bien hecho, hasta su decisión de elegir una ciudad hermana para hospedarse, pero ahora veremos que hubiera sido mejor quedarse en Jebus.
Era obligatorio para los orientales recibir al forastero, pero en Gabaa, parecía que nadie quería atender a esta familia, hasta que por fin un anciano amablemente los invitó a su casa, dándoles comida tanto para ellos como para sus animales. Este anciano conocía el peligro de pasar la noche al aire libre. Conocía la bajeza del pueblo alejado de Dios.
Lamentablemente, en Israel se repitió la maldad de Sodoma, hombres pervertidos y de pasiones desordenadas rodearon la casa y golpearon la puerta, exigiendo que se les entregara al visitante para que pudieran abusar de él homosexualmente. El anciano, (al igual que Lot) les suplicó que no les hicieran daño, pero estos demonios fueron inflexibles, así que el anciano ofreció a su propia hija, virgen, y también ofreció a la concubina, con tal que no le hicieran daño al levita.
Estos hombres abominables, no quisieron aceptar la oferta, así que cuando parecía que no le quedaba escapatoria al levita, éste tomó a su mujer y de inmediato la entregó sin reparo. Claro, él pudo hacer eso porque no tenía una conciencia temerosa de Dios. Al día siguiente encontró a su mujer tirada en el umbral, había sido abusada toda la noche y hasta la mañana, pero la mente de este levita ya estaba cauterizada por el pecado, por eso le habló como si estuviera viva:
“El le dijo: Levántate, y vámonos; pero ella no respondió. Entonces la levantó el varón, y echándola sobre su asno, se levantó y se fue a su lugar. Y llegando a su casa, tomó un cuchillo, y echó mano de su concubina, y la partió por sus huesos en doce partes, y la envió por todo el territorio de Israel”.
Esta era una demostración claramente dolorosa de la insensibilidad del levita hacia su concubina. No creo que la haya amado. No estuvo dispuesto a sacrificarse por ella, prefirió que ofrezcan a una muchacha virgen o a su mujer con tal que a él no le tocaran. Finalmente se llevó su cadáver a su casa, pero en lugar de detenerse a considerar su propia responsabilidad criminal en todo este asunto, decidió hacer una protesta pública contra Gabaa. Protesta que resultó efectiva, pero que no tapa a los verdaderos culpables de esta terrible historia.
Una persona que permite pecados en su vida y no se arrepiente va acumulando basura que terminan por contaminar todo su corazón y su mente. “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.” Juan 8:34. Que Dios nos ayude a sacar todo lo que ensucia nuestra comunión con Dios que es Santo, Santo, Santo.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales









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