No digas que no puedes
- IB La Molina

- 5 jul 2021
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“Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije: ¡Ah, ah!, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Jehová: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.” Jeremías 1:4-10

Empiezo esta nueva serie de devocionales con el libro del profeta Jeremías. A él se le han puesto varios calificativos como el “profeta llorón” y ”el profeta del corazón quebrantado”, se le llama así porque en su forma de vida hubieron dos cosas que caracterizaron su ministerio: sus lágrimas y su soledad. Estas son también algunas señales que se repiten en muchos siervos de Dios.
A veces a la hora de pensar en los siervos aptos y preparados para el ministerio se piensa en personas de carácter firme, recios, imperturbables, aplomados y maduros, casi, casi, una persona inquebrantable que soporte todo y no abandone el ministerio. Tienen razón los que prefieren elegir a ministros de temple firme para un pastorado de largo tiempo, pero si sólo buscan esas características, se podrían estar privando a un siervo como Jeremías que abundó en todo lo contrario. Jeremías fue un siervo sensible, tan sensible que sufrió la mayor parte de su ministerio.
Saber que Jeremías fue un siervo de Dios sensible y receptivo me da tranquilidad porque es difícil ser frío cuando alguien llora, o ser ecuánime cuando alguien sufre. Estaba orando meses por una niña que nació con muchas dificultades físicas, pero a pesar de haber aguantado casi diez meses de operaciones y peligros de muerte, Dios decidió llevarla a su lado. Cuando sus padres me llamaron, no pude evitar llorar tanto como si fuera mía. Dios no cancela tu corazón sensible cuando te da una misión donde necesitas ser fuerte, al contrario, se une a tu llanto para que sientas un poquito de lo que siente él por nosotros, esa sensibilidad es una fortaleza en Dios.
“Tu has visto mi sufrimiento, has recogido mis lágrimas. ¿Acaso no tienes todas mis lágrimas registradas en tu libro?” Salmo 56:8
Jeremías nació en un hogar donde se amaba a Dios, nació en un hogar sacerdotal, así que debió pasar sus primeros años de vida oyendo los mensajes proféticos que anunciaban juicio sobre su nación, sino volvían a Dios. Pero casi llegando a su mayoría de edad, Israel seguía siendo el mismo así que Jeremías pasó la mayor parte de su vida derramando lágrimas de compasión y amor por su nación ingrata.
Dios eligió a este hombre de corazón tierno y humilde, a un varón con un alma maternal, con una voz delicada y casi al punto del llanto, con ojos llenos de lágrimas sinceras, para comunicar un mensaje divino, pero un mensaje de consecuencia por su desobediencia, un mensaje de juicio.
Dios mismo llamó a Jeremías en su juventud, y él tuvo un encuentro real con el Dios que su padre le enseñó a amar. Esto me hace pensar en que los hijos de hogares cristianos sólo tienen un adelanto de la verdad del evangelio en sus casas, pero llegado el momento divino, ellos tendrán una relación personal con el Señor y desde allí empezará su verdadera vida cristiana. Como padres debemos aspirar a ese encuentro personal de Cristo con nuestros amados hijos.
Cuando Jeremías se encontró con el Señor y oyó la misión, no se sintió preparado, pero el Señor no se deja convencer ante nuestro miedo, entonces le dijo claramente que lo había escogido desde el vientre de su madre, y luego le dijo que incluso lo había santificado:
“Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.”
Jeremías era un muchacho cuando Dios lo llamó, pero su juventud no eran excusas que limitaran su actuar porque el poder que lo fortalecería para actuar era de Dios. Dios quería que él supiera que su llamado iba más allá de su juventud. Jeremías existió en la mente y en el plan de Dios mucho antes de que existiera en el vientre de su madre. Él tenía que aceptar el llamado porque si el Señor lo eligió, Él no se equivoca nunca.
Jeremías se quiso excusar con el Señor, porque entendió lo difícil de la misión y pensó que fallaría. Cuando ocurrió este hecho, él tendría unos 17o 20 años de edad, y era tan sensible que quizá pensó que otro profeta lo haría mejor, Jeremías se sintió insuficiente, incapaz y poco preparado. Pero la respuesta de Dios fue contundente:
“Y me dijo Jehová: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande.”
Yo lo veo como una reprimenda de mi padre: ¡No digas eso! Cuántas cosas decimos cuando nos sentimos incapaces. Entonces es bueno recordar que no hay una edad ideal para empezar a servir a Dios.
El joven David fue llamado siendo un pequeño pastor de ovejas y mató al gigante Goliat.
Samuel era un niño cuando Dios le habló contándole sobre el pecado de los hijos de Elí.
Daniel era un adolescente cuando propuso en su corazón no contaminarse y guardar la fe de sus padres.
Juan el Bautista fue elegido aún desde el vientre de su madre para ser el profeta que anunciaría la llegada de Cristo.
Timoteo fue llamado desde muy jovencito para ser un pastor completo en el ministerio.
Cuando Dios llama y encomienda una tarea no nos deja solos, como hizo con Jeremías, Él mismo puso las palabras que diría en su boca, y como Dios no cambia, sigue haciendo lo mismo con quienes llama a la obra. Dios hará lo mismo contigo porque eres su siervo amado.
Con amor
Martha Vílchez de Bardales









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