Que mi pecado no haga tropezar a los míos
- IB La Molina

- 21 ago
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“No sean avergonzados por causa mía los que en ti esperan, oh Señor Jehová de los ejércitos; No sean confundidos por mí los que te buscan, oh Dios de Israel.” Salmo 69:6

Todos los que formamos parte de una familia sabemos que este maravilloso lugar llamado “hogar dulce hogar", es el lugar donde más hablamos de amor, pero también (por favor seamos sinceros en reconocerlo) es donde más fácilmente surgen heridas.
Los conflictos de la familia surgen a veces (solo citaré algunos más comunes) de malentendidos, falta de empatía, manejo del dinero, prioridades egoístas, orgullo o cansancio. David en este salmo nos describe su dolor y angustia por lo que estaba sucediendo en su familia, él clamaba por ayuda, pero su amargura no le quitó la claridad necesaria para dejar de amar a su familia, por eso declaró: “El celo de tu casa me consume”
David estaba sufriendo, incomprendido y criticado, pero al mismo tiempo, seguía mostrando un amor profundo por la casa de Dios, a pesar de sus propias fallas. ¿Qué miembro de la familia no falla alguna vez? David sabía que había fallado: su vida no era perfecta, él mismo reconoció culpas y debilidades (Salmo 69:5). Sin embargo, su amor por Dios y su casa permanecía intacto.
A veces escucho que los hogares se dividen porque están cansados de ser “incomprendidos”, “usados”, “maltratados”. David nos dice en estos versos que el sufrimiento no apagó su amor: aunque enfrentó rechazo, críticas y consecuencias de sus errores, su compromiso con la casa de Dios siguió firme.
En un hogar cristiano, a veces los conflictos o pecados generan distancia y dolor, pero eso no significa que el amor desaparezca. Como David, podemos fallar, pero aún mantener el celo y la pasión por cuidar lo que amamos (nuestro hogar, nuestra familia, la Iglesia, la obra de Dios).
Qué gran lección nos da David porque en medio de su dolor, reconoció sus debilidades y pidió algo muy profundo: que su vida, sus errores y su dolor no sean tropiezo para los que confían en Dios.
Cuando en la familia peleamos o insistimos en ver solo “nuestro lado”, corremos el riesgo de olvidar que nuestras palabras y actitudes afectan a los que más amamos. La falta de empatía puede dejar heridas más profundas que la misma discusión.
Así como David temía ser un obstáculo para otros en la fe, también nosotros podemos reflexionar: ¿Estoy cuidando que mis actitudes no desalienten, decepcionen o dañen a mis hijos, mi esposo, mis hermanos?
Mi esposo y yo formamos una familia hace 38 años, en esta vida no todo ha sido maravilloso, también nos hemos lastimado y provocado que el fruto de nuestro amor vea nuestras debilidades, por eso aprendimos que el mejor paso para librar de heridas era reconocer las propias fallas y pedir perdón. Aunque fallemos, el amor verdadero no se apaga. David no dejó de amar a Dios ni su casa, y nosotros, aunque nos equivoquemos en la familia, debemos demostrar con hechos que seguimos amando y cuidando a los nuestros.
Con amor
Martha Vilchez de Bardales









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