Razones para dejar de gloriarte
- IB La Molina

- 26 jul 2021
- 3 Min. de lectura
“Así dice el Señor: Que no se gloríe el sabio de su sabiduría, ni el poderoso de su poder, ni el rico de su riqueza. Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe de conocerme y de comprender que yo soy el Señor, que actúo en la tierra con amor, con derecho y justicia, pues es lo que a mí me agrada, afirma el Señor.” Jeremías 9:23-24

Por favor antes de leer este pequeño devocional, abre tu biblia y lee todo el capítulo. Jeremías empieza expresando su conmoción y frustración:
“¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!
Como hemos visto anteriormente el profeta era un hombre sensible que amaba a esta nación rebelde. Sus lamentos y endechas por Judá fueron creciendo ante el panorama de un pueblo conquistado y cayendo nuevamente en el exilio. Ellos, los judíos, pudieron librarse de esa calamitosa situación, pero no quisieron oír, por eso ahora Jeremías, no tenía suficientes lágrimas para llorar por los hijos de su patria.
Otra traducción de este verso dice: “Oh, si mi cabeza fuera agua” Jeremías tenía los ojos secos de tanto llorar, su pena y amargura fueron tan grandes que sintió que se habían agotado las lágrimas de sus ojos, entonces, como quería seguir llorando, exclamó su profundo deseo, que se abra una fuente de agua en su cabeza para que pueda llorar día y noche por los muertos de su pueblo.
Los sentimientos de Jeremías expresados en forma de poesía me hace pensar en el lenguaje triste de muchos pastores, esos sermones tienen dolor porque parecen súplicas a una congregación dura y rebelde. Así como Jeremías era conocido como el profeta llorón, créanlo o no, también hay pastores que lloran cuando la iglesia se aparta de Dios.
Pero Jeremías dejó de llorar cuando vio que su pueblo era una banda de mentirosos, adúlteros, traidores y calumniadores, no cerró sus ojos ante la realidad, podía amarlos, pero no justificar sus pecados. El amor que afirmamos tener no puede hacernos ciegos, especialmente los padres están en el peligro de justificar las faltas de los hijos, Jeremías nos da un ejemplo de ese equilibrio.
Jeremías estaba lleno de dolor por el juicio que vendría sobre Judá, pero también estaba lleno con un sentir de disgusto por su pecado. Me imagino al profeta cansado y con ganas de irse lejos, ya no quería ver la corrupción de Judá y de Jerusalén.
Al final del capítulo Jeremías le dice a la nación que la razón más fuerte para haber caído en tanta degradación es porque ellos se llenaron de orgullo, se alababan así mismos, entonces no eran sólo los pecados del engaño y la mentira, la traición y corrupción, ellos se habían llenado de orgullo creyéndose mejores que todos. Por eso Jeremías en la profundidad de su dolor, aun no podía olvidar que ellos merecían esta calamidad. Su rechazo de Dios y devoción a la mentira hicieron que se merecieran todo lo que vino sobre ellos.
Cuando te llenas de orgullo, es fácil caer en la exageración, mentira, y traición. El Señor ordenó que los sabios, los fuertes y los ricos no se enorgullecieran de su sabiduría, fuerza y riqueza.
“Que nadie se sienta orgulloso: ni el sabio de su sabiduría, ni el poderoso de su poder, ni el rico de su riqueza. Si alguien quiere sentirse orgulloso, que se sienta orgulloso de mí y de que me obedece. ¡Eso es conocerme! Pues yo actúo en la tierra con amor, y amo la justicia y la rectitud.”
Es casi normal y hasta aplaudido que la gente se alabe por alguna capacidad propia, pero eso es lo que la ética del mundo dice, sin embargo para el Señor es diferente. Dios quiere que lo alabes a Él.
Al final del capítulo nueve, Israel, incircunciso de corazón, fue puesto al mismo nivel que las naciones incircuncisas que los rodeaban. Ya que ellos imitaron a sus vecinos idólatras serían juzgados como si no fueran una nación elegida y especial, es que ellos siguieron el mismo camino. Una nación que había sido separada para alabar a Dios, se volvió un pueblo rebelde que se alababa así mismo.
¿Por cuáles virtudes y talentos te sueles alabar? ¿Qué posesiones te jactas tener? ¿Eres superior a otros porque estás mejor preparado? Jeremías mencionó las cosas en las que el hombre normalmente se alaba a sí mismo: sabiduría, valentía, riquezas. Pero presta atención, Dios no dice que es malo buscar ser lo mejor en lo que haces, sino que quiere que ese instinto de superación no te haga alabar las cosas equivocadas. Dios dice: “Dirige tu deseo de alabar algo hacia el lugar correcto, hacia mí.”
Con amor
Martha Vílchez de Bardales









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